miércoles, 19 de octubre de 2011

UN VIAJE AL LUGAR DE LA DESCONEXIÓN

Corretear por la calle en busca del medio para llegar a la calma. Corretear sin calma, eufóricas y risueñas, sonrientes pero relajadas por dentro.

Avanzar los pocos kilómetros dejando atrás el día, con todos sus contratiempos, penas y malos momentos.

Llegar sin más, sin mayor alegría ni pena, sin ningún cambio en el estado emocional.

Bajar la pequeña rampa de acceso, ya sin zapatos, para conectar de pleno con la textura de la arena bajo los pies.


Plantarse en ella de un salto y recibir toda su energía para salir saltimbanqueando y correteando como niños pequeños en su primer día de playa.

Caminar, reír, hablar… callar… escuchar el ruido silencioso de las olas, que cubre todos lo sonidos de los alrededores, y todos los sonidos de los recuerdos del día.

Olas que camuflan los recuerdos de los que ahora queremos olvidarnos, al menos por un momento. Al menos, por un instante, descansar de ellos y recargar la batería de la calma, aunque sea con euforia.

Pasear con los pies llenos de “espuma de nube”.

Trepar rocas en casi plena oscuridad para alejarse un poquito más del mundo cotidiano, llegar arriba y sencillamente relajarse, hablando o en silencio, tan solo relajarse.

Seguir caminando, dejando que las olas rompan en los tobillos, rompiendo su monótona melodía al interrumpir su paso.
Romper el acorde musical de su trayectoria para que te de un suave masaje en los pies. Modificar su sonido habitual para lucro propio.

Volver sin recordar nada de lo que va de día, nada más que la arena, las olas, las rocas y las anécdotas con las que nos hemos reído.

Llegar a cama y, con una facilidad ya olvidada, sencillamente… descansar!!

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